sábado, 10 de mayo de 2014

La singular presentación de Del crear y lo creado

Acudo a la presentación de la obra ensayística de Hugo Mujica, recogida en Del crear y lo creado. Prosa selecta, publicado por Vaso Roto. Allí estarán Jordi Doce, como representante de la editorial, y Juan Soros, editor de mi próximo libro, El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), y ya amigo, con los que hemos acordado salir a cenar después del acto. A Mujica (no Mújica, como esdrujuleamos a menudo en España) lo conocí en México, hace poco más de un año, en un encuentro de poesía en la ciudad tabasqueña de Villahermosa -he dado cuenta de ello en La pasión de escribil-, aunque ya llevaba tiempo leyendo su poesía. No fue un encuentro como para intimar, aunque no me importó: hice en Villahermosa un puñado de buenos amigos que me rescató de la hosquedad de Mujica y de la soledad que suelo sentir en este tipo de encuentros multitudinarios. El volumen se presenta esta tarde en la librería Rafael Alberti, un lugar acogedor, dirigido por la encantadora Lola Larumbe. El acto se ha estructurado como un diálogo entre el poeta -hoy ensayista- y Llanos Gómez, profesora y ensayista, a su vez. Me sorprende -aunque no debería, contando ya con la experiencia mexicana- el espíritu de contradicción que anima a Mujica desde buen principio. En su primera intervención, Llanos omite la preposición inicial del título del libro, y Mujica la reconviene: omitir preposiciones es gravísimo. Ante la disyuntiva de corregir explícitamente el error, dejando en evidencia a la presentadora, o de hacerlo implícitamente, subrayando sin más el correcto cuando le toque a él hablar, Mujica opta con brío por lo primero: son formas de ser. Pronto advertimos que todo el acto se desarrollará así: a las preguntas u observaciones de Llanos, Mujica responde, de entrada, con negativas, o soluciones opuestas a las planteadas por ella, o, lo que resulta más inapropiado todavía, cuestionando la pregunta o el lenguaje que utiliza. Llanos, por ejemplo, le pregunta por qué parte su pensamiento de Nietzsche y Heidegger, a lo que el poeta responde que por la misma razón por la que podría haber partido de Kant y Sócrates. Llanos le dice, con plena lógica, que entonces le habría preguntado por qué partía de Kant y Sócrates, y que su respuesta habría sido distinta, y Mujica replica que su respuesta habría sido la misma, porque entonces le habría dicho que por la misma razón por la que podría haber partido de Nietzsche y Heidegger. El enredo es innecesario y, además, Mujica no tiene razón: las elecciones son significativas, y es legítimo inquirir por sus motivos, sin que se justifique un bucle dialéctico que quiera refutar esa legitimidad por su igualación con otras elecciones posibles. El lenguaje corporal de Mujica condice con sus respuestas: no sentado, sino tumbado en la silla, y, a menudo, con las manos cruzadas por detrás de la cabeza, parece aceptar la entrevista con la fatalidad del que está por encima de asuntos tan nimios, pero al que no le queda más remedio que atenderlos para satisfacer necesidades mercantiles o editoriales; por no hablar de su atuendo monástico, ni de sus sandalias, que creo que eran las mismas que calzaba en México. La charla prosigue, algo penosamente, hasta el coloquio con los presentes. El traductor de Mujica al italiano hace una pregunta; Javier Lostalé, otra; y una fan, otra, en la que pondera la transparencia de los versos de Mujica, su similitud con el agua o el cristal. Superadas las intervenciones exaltatorias, se encadenan tres animadas por un espíritu distinto, que podríamos llamar empírico. La primera corresponde a Carlos Fernández López, buen amigo y buen poeta, que también está entre el público, y al que me he alegrado mucho de ver. Carlos, con candor sibilino, se interesa por si la obra pictórica de Mujica está recogida en algún libro o catálogo. El poeta responde que el Museo de Arte Moderno de Nueva York, pero después, con una sonrisa, revela la broma y aclara que no, que no está en ningún sitio, pero que a él tampoco le importa. A continuación, Jordi subraya el peso del pensamiento, de la actitud y la volición racional en el ensayo frente a esa suerte de iluminación escrituraria alegada por Mujica cuando escribe poesía. Finalmente, yo me atrevo a afirmar que, por debajo -o por encima- del despojamiento y la esencialidad tan insistentemente reivindicados en sus versos, encuentro mucha retórica, entendida como construcción lingüística, como tramoya o esqueleto de la dicción. Y cito sus paradojas y sus oxímoros -de los que ha hecho gala esta tarde, respondiendo a las preguntas de Llanos y del público-, sus paralelismos, metáforas y sinestesias: todos esos bucles barrocos -la paradoja lo es, sobre todo- presentes, muy apretadamente, eso sí, en sus poemas. Mujica, esforzándose siempre por invertir el sentido de cuanto se le plantea, para establecer su preponderancia, dice que él cree que es al revés, y abunda en la desnudez que persigue, en su tarea de escultor que elimina materia del bloque con el que trabaja, hasta alcanzar la forma escondida en la abundancia, pero no llega a razonar por qué la realidad de su poesía es la contraria de la que acabo de exponer: un delicado trabajo de cincel, en la materia sobreviviente a su martillo, para articular un artefacto lingüstico que persuada y emocione, algo que sin duda consiguen. La poesía, como cualquier actividad humana, no proviene, no puede provenir de la nada, sino de algo, por más que uno haya sido discípulo durante años de un swami hindú o un maestro zen. Y ese algo es siempre una labor racional, aunque esté diluida en el vacío meditativo o en el delirio subconsciente en el que uno haya decidido morar. El lenguaje, y, en particular, su plasmación estética, son siempre frutos de la inteligencia, no de la vaciedad, ni del vaciamiento (aunque los poemas de tantos estén vacíos). Acabado el acto, y de acuerdo con las leyes no escritas de este tipo de acontecimientos, nos vamos a tomar una cerveza en una tasca cercana: apesta a fritanga, pero por lo menos no hay cabezas de gambas aplastadas al pie de la barra. A la salida, una chica nos pregunta, con un acento desesperado, de qué color es la señal pintada en el asfalto, junto a la acera. Ella, nos dice, no distingue bien los colores, y necesita que se lo digamos para saber si el coche está bien aparcado. Jordi le aclara que es verde. Vuelvo a sentir una rara extrañeza.

2 comentarios:

  1. Pues tal como presentas al poeta, la verdad es que no voy a salir corriendo a por su libro. Estos tipos encantados de conocerse, así, de entrada, como que me repelen un poco.

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    1. Pues esta vez haces mal, querido Elías: los libros de Mujica tienen interés; al menos, los de poesía, que son los que yo conozco, aunque estoy seguro que los de ensayo también son recomendables. La apariencia de un escritor, su actitud ante determinadas circunstancias vitales o el personaje que se haya construido, no tienen por qué restar valor a su pensamiento ni a su poesía. Yo te animo a leerlo, aunque no vayas a ninguna de sus lecturas o presentaciones.

      Abrazotes.

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