sábado, 4 de enero de 2014

La pasión de escribil

Me adelanto, lo sé, pero a veces es difícil resistir la tentación de compartir una buena noticia, sobre todo cuando nos acechan tantas malas. Javier Sánchez Menéndez, editor de La Isla de Siltolá, ese proyecto que se ha convertido en una maravillosa realidad del panorama editorial español, me comunica que dentro de una semana saldrá de imprenta mi libro La pasión de escribil. Relato de tres viajes a Hispanoamérica, y me adjunta el enlace en el que pueden verse ya la cubierta y los datos de publicación. Es este: http://siltola.blogspot.com.es/2013/12/la-pasion-de-escribil-de-eduardo-moga.html. La pasión de escribil no es un poemario, ni una recopilación de artículos y ensayos, como he publicado exclusivamente hasta ahora, sino un libro de viajes, como explicita el subtítulo. Es, de hecho, mi primera incursión en la prosa narrativa no ensayística, pero tampoco es ficción, sino crónica y biografía, o, como prefiere decirse ahora, literatura del yo. (Aunque también la historia y la biografía son géneros de ficción, pero dejaré este espinoso asunto para otra entrada). Me temo que todo lo que escribo es literatura del yo. El yo, esa carga tan pesada, ese sujeto tan molesto del que no consigo despegarme, y que no camina a mi lado, como en los casos de Borges y Juan Ramón Jiménez, sino dentro de mí, aferrado a mis vísceras y a mi imaginación, ocupando los huesos, el sexo, la mirada. La pasión de escribil no obedece a un plan creador: no fue concebido como libro. De siempre me ha gustado contar a los amigos mis aventuras veraniegas. Soy consciente de que la palabra "aventuras" es excesiva: mis veranos -y mis vacaciones, en general- han sido, casi siempre, los de un funcionario y un burgués resignado a serlo, sujetos a las meras alteraciones de la rutina que permitían los 23 (luego, con los recortes, 22) días laborables de asueto anual, normalmente encajados en julio o agosto. Todas mis hazañas se reducían a algún viaje corto a algún país más o menos cercano, a alguna estancia precocinada en alguna capital noreuropea o mediterránea. Tras la fuga domesticada, uno volvía al redil de sus obligaciones laborales, como la oveja a la que se ha permitido triscar fugazmente en los campos vecinos, y que luego es devuelta a la seguridad del establo. A veces, sin embargo, el viaje ha sido distinto: a algún lugar medianamente exótico (aunque soy consciente de que el exotismo, como la ficción, es otro concepto relativo: Guadalajara, por ejemplo, puede ser, según cómo y para quién, más exótica que Tombuctú) y en circunstancias que me alejaban del traslado masivo de turistas, en compañías aéreas de bajo coste, en unas mismas fechas. Esos viajes me los ha proporcionado siempre la literatura: congresos, invitaciones allende las fronteras, bolos internacionales. La poesía sirve para pocas cosas, pero una de ellas es para hacer turismo. Decía que siempre me ha gustado relatar mis peripecias viajeras a mis amigos. Y así lo hacía, al regresar de mis excursiones: me sentaba ante el ordenador y, sin planes, sin preparación, casi como el viaje en sí mismo, narraba lo vivido. Luego, se lo enviaba por correo electrónico a unos cuantos íntimos. Alguno me sorprendió diciéndome que aquello daba para un libro: que aquello era, potencialmente, un libro. Se conoce que les había gustado al leerlo lo mismo que a mí al escribirlo: la naturalidad, la falta de pretensión literaria, con la que había ejecutado el relato, esa difícil fluidez de lo oral, pero puesto por escrito, esa dificilísima adecuación entre la realidad y la forma de decirla. Así pues, me decidí a organizar aquellas narraciones en forma de libro, y uní las que había escrito sobre mis viajes a Venezuela (habían sido dos, aunque solo el último pasó a mis papeles) y a la República Dominicana. Para mi sorpresa, Javier aceptó enseguida el libro. Y digo "para mi sorpresa", no por falsa modestia, sino porque, al ser mi primer proyecto de obra en prosa, me sentía perdido en el desconocido mundo de la edición de narrativa, ignorante de sus claves y sus normas: no sabía cómo podían reaccionar los sellos ante algo que era una crónica de viajes, sí, pero también un relato híbrido, que tenía algo de diario, algo de ensayo y mucho, creo, de poesía. Por desgracia, la editorial atravesó un periodo difícil en el que ralentizó, y casi detuvo, sus publicaciones: La pasión de escribil se vio afectado por el parón casi un año y medio. Afortunadamente, la situación mejoró al cabo de ese tiempo y pudo reemprenderse su publicación, que hoy casi ha culminado. Pero aquí es acertado recurrir al viejo dicho de que no hay mal que por bien no venga, y precisar que el paréntesis forzoso me permitió incorporar al libro un tercer relato, el de mi viaje a México de febrero del año pasado. Lo que antes era, pues, Relato de dos viajes a Hispanoamérica se convirtió en tres en el último momento. No sé qué suerte espera al libro, aunque yo no soy optimista en casi nada. Ojalá lo lean al menos aquellos amigos a los que yo asaeteaba con mis cuentos estivales. Debo confesar que me inquietan también algunas reacciones que puedan tener los personajes que describo. Hay en mí una vena satírica que me cuesta refrenar, y que se excita especialmente en los viajes, en la percepción de las cosas ajenas. (Y eso, porque está aburrida de cebarse en las mías: yo soy, aunque no lo diga, el principal objeto de mi sátira). Algunos de los países visitados presentan realidades singulares y, a menudo, risibles. Mi intención al describirlas no ha sido zaherir, sino ironizar: teñir de humor crítico personas y lugares que no responden a mi modelo ideal de civilización. Sé que es arriesgado, y quizá pretencioso, pero también que la literatura aséptica, epicena, decorosa, castra la emoción y asfixia la inteligencia. Puede, en consecuencia, que me gane algún enemigo (espero que sea bueno: la grandeza de uno se mide por la de sus adversarios) y, más probablemente, que no me vuelvan a invitar a ningún encuentro poético en aquellos lugares. Tampoco me importa demasiado: los encuentros literarios están mitificados; en realidad, son aburridísimos. Además, como dice un gran poeta amigo, ya no hay promiscuidad en ellos.

12 comentarios:

  1. Eduardo: Me han entrado unas ganas inmensas de leer esa entrada prometida sobre la historia y la biografía como géneros de ficción. Y, ya que estás sobre ello, ¿es la poesía un género de ficción? En fin, gracias por regalarnos en tus entradas y tus libros todo lo que tenga que ver con tu propio yo, sea ficticio o no.

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  2. Antonio Gamoneda opina que la poesía no es un género literario, y yo tiendo a estar de acuerdo con él. Un juicio así, querido Luis, no es despectivo, sino todo lo contrario: los géneros literarios son cosas de taxonomistas, etiquetas para la estabulación, sellos de nuestro supuesto dominio sobre la realidad, o sobre algunas realidades. La poesía es harina de otro costal: libérrima, contradictoria, inclasificable.

    Abracísimos.

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    1. Bien. Replanteo, pues, mi pregunta, ahora sin la mención a géneros o a voluntades clasificatorias: ¿es ficción la poesía?

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    2. Toda literatura es ficción, querido Luis: toda es construcción, toda es el fruto, la síntesis, de aplicar múltiples cedazos intelectuales (y, obviamente, lingüísticos) a la mera percepción sensible, a la experiencia inmediata. Lo que sucede es que ese tamizado puede ser más o menos intenso, más o menos repetido, más o menos prolongado. En función de nuestra intervención mediadora, el resultado será más biográfico o más fabulado, estará más cerca de nuestra sangre o de nuestra imaginación. Y si no tiene mucho sentido lo que acabo de decir, no me lo tengas en cuenta: aquí llueve mucho, y todavía no he desayunado.

      Un gran abrazo.

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  3. Muchísimas felicidades, Eduardo. ¡Por fin! Gran noticia. Ya tengo ganas de hincarle el diente a esa Pasión de escribil. Abrazos máximos desde el viejo Guadarrama.

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  4. Viajar, escribil... como dice una canción tradicional portuguesa: navegar es preciso, vivir no! Enhorabuena, Eduardo!

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    1. Gracias, queridos Juan Manuel y Agustín, por vuestras palabras. Javier Sánchez Menéndez me confirmó ayer mismo que el libro ya existe: el feliz acontecimiento se ha adelantado casi una semana. La semana que viene, según me dice, estará en librerías. Yo lo veré porque Javier me hará llegar un par de ejemplares a Londres. Espero que no os decepcione.

      Un gran abrazo a los dos.

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  5. Qué bien, qué bien!! (y más de trescientas páginas!)
    Enhorabuena, Eduardo!
    Que no te inquiete nadie; en el De Jules Renard (que llevo cosido a mi bolso, desde hace algún tiempo) dice: 7 de julio: Que la mano que escribe ignore siempre el ojo que lee!
    Por poner un ejemplo:
    7 de abril. Oscar Wilde almuerza a mi lado. Tiene la originalidad de ser inglés. Te ofrece un cigarro, pero lo elige él mismo. No es que salude a cada comensal. es que los estorba a todos. Tiene un rostro amasado con gusanitos rojos, y dientes grandes y cariados. Es enorme y lleva un bastón enorme.


    Muchos ánimos con Whitman!!
    Un abrazo

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    1. Jules Renard es otro de mis favoritos, querida Amelia. De hecho, una cita suya precede a La pasión de escribil: la primera de todas las que consigno. ¿No te sorprende esta coincidencia constante?

      Muchos besos.

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  6. Síí!!
    El Diario de Renard es maravilloso!!
    Ya sabes lo que dice: El talento no se demuestra escribiendo una página, sino escribiendo trescientas!!

    -¿Que hace el pájaro en la tormenta? No se aferra a la rama: sigue a la tormenta.- Es una de mis favoritas.

    Pues, al menos que yo conozca, tenemos otras dos coincidencias.

    Un abrazo

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    1. Sé que estamos en un foro público, pero yo modero los comentarios. Me intriga mucho conocer esas otras dos coincidencias.

      Besísimos.

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  7. También tomo melatonina!

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