miércoles, 9 de octubre de 2013

El diario

Yo solo he llevado dos diarios en mi vida: uno, adolescente, a finales de los 70, en el que apuntaba minuciosamente los desengaños amorosos y las veces que me había masturbado, y este, con el que intento vencer a la soledad. Cuando uno escribe un diario, habla solo, con la secreta esperanza de que alguien le escuche o, mejor aún, le conteste. Por eso resulta tan descorazonador que no haya comentarios. Así ironizaba mi buen amigo Sergio Gaspar, en sus horas de tenebrosa lucidez, sobre la eficacia de los blogs: no hay comentarios. Pero sabemos que los diarios tienen un público oculto, al que arrojamos el cabo de nuestras palabras. Y conviene hacerlo cada día, o con una regularidad suficiente: un diario intermitente o apenas activo es un diario muerto. El buen diario es como una esposa: siempre está ahí. También ha de ser veraz, como quería Hemingway que fuese toda literatura. No estimo demasiado a Ernest -salvo El viejo y el mar, un relato perfecto-, pero su creencia en una escritura que fuera trasunto o emanación de la vida, de la sangre y el miedo y el amor que constituyen la vida, me parece compartible, aunque ello contradiga el principio estético, convertido ya en tópico, de que el poeta es un fingidor, etcétera. De hecho, esa proximidad a la realidad única y supurante de cada individuo es lo que más me atrae de las literaturas biográficas: diarios, memorias, crónicas de viajes. El diario ofrece más realidad que la novela. El diario está más arraigado en las entrañas de quien lo escribe. El diario permite acceder, con más viveza, al hecho incomprensible del ser, que se manifiesta en cada uno con perfiles intransferibles, pero comunicables. La novela acaso aporte más fantasía, pero no alcanza la intensidad del hecho puro, del hecho simple y sudoroso, no contaminado por la ficción. Y eso, incluso en los diarios menos literarios: aquellos que se limitan a constatar el mero devenir de alguien como nosotros, de alguien que quizá seamos nosotros. Esos, finalmente, resultan los más impactantes estéticamente: desnudos, limpios (aun con sus suciedades), verdaderos. Sigo leyendo, todavía, el Diario íntimo, de César González-Ruano, un ejemplo perfecto de esto que digo: repetitivo, calderillesco, a menudo insustancial, y partícipe de una vida social, en el franquismo, cuyos oropeles escondían la vaciedad y la mierda, pero pleno de realidad vital, de voz auténtica, con sus oquedades de terror y tedio, con su miseria cotidiana, entre cuyos pliegues anodinos se alza, paradójicamente, la mejor literatura. A mediados de 1965, pocos meses antes de morir, Ruano visitó Inglaterra por primera vez. El 6 de junio, en un día "gris y anglicano", él y sus acompañantes vieron en Tite Street "la casa donde vivió mucho tiempo, hasta el escándalo, Oscar Wilde", la misma casa de la que hablé yo en mi entrada de ayer. Luego, el 12 de junio, Ruano cuenta que se había citado con Jesús Pardo, su anfitrión en Londres, "cerca de Carolina Terrace, en un bar de Sloane Square". Y Sloane Square es una elegante plaza en Chelsea, aunque ahora notablemente castigada por el tráfico, a la que acudo con frecuencia, entre otras cosas, para husmear en los anaqueles inacabables de John Sandoe Books, una de las mejores librerías de viejo de la ciudad. Esas coincidencias con Ruano -con su diario: con su vida- me emocionan y me exaltan, porque yo siempre he querido ser otros, ser más, en este tránsito lineal y herméticamente subjetivo que es existir. Y eso, aunque no coincida con las opiniones, a veces brutales, que expone: Neruda "tenía un rencor cerril hacia lo español. Un rencor de judío que juega al indio indigenista"; "los ingleses viven muy mal y comen peor"; "la famosa cortesía británica es un mito, desde luego. En cambio, la hipocresía, no"; "todo el mundo está muy serio y bebiendo concienzudamente, como si fuera un problema de conciencia"; "'Los Beatles', esos imbéciles de los pelos largos"; "llueve desesperadamente" (bueno, aquí no se equivoca). También expone su opinión sobre algo que he dicho yo en este diario la poeta de Tarragona Teresa Domingo Catalá, aunque no se atreve a hacerlo en los comentarios a la entrada. Subsano yo su prudencia reproduciendo aquí lo que me escribe: "Hoy no puedo evitar escribirte con tu entrada sobre Óscar Wilde. Pienso que eres manifiestamente injusto con él como escritor, poeta y dramaturgo. El retrato de Dorian Gray es uno de los libros más ingeniosos, divertidos e interesantes que he leído nunca. De hecho lo he leído tres veces y creo que algún día repetiré. Lord Henry Wotton es un personaje inolvidable. Entre los poemas de Wilde, La balada de la cárcel de Reading sobresale por su intensidad, por su profundidad, y la Epístola De Carcere et Vinculis, dirigida a Lord Alfred Douglas, es un libro maravilloso, profundo, sabio y bello, de lectura imprescindible. Los cuentos de Óscar Wilde son bellísimos, tanto formalmente como de contenido, y contienen una preocupación social ajena al esteticismo. Y sin el teatro de Wilde el teatro contemporáneo no sería lo que es. Creo que ayudas al tópico de que el genio de Óscar Wilde fue superior en su vida que en su obra y eso es muy injusto para con el gran escritor irlandés". Teresa tiene razón. Pero eso es lo que tienen los diarios: que nos muestran como somos, con torpezas y errores, víctimas de los prejuicios y de los juicios apresurados, y, lo que es peor, haciendo víctimas de ellos a los demás. Pero si eso, en mi caso, sirve para abrir el diálogo con Teresa, y con todos, lo doy por bien empleado.

2 comentarios:

  1. Yo voy leyendo el diario. Londres es una ciudad que amo profundamente, tú lo sabes. Y me gusta seguir descubriéndola de la mano de un amigo. Respecto a Wilde, De Profundis y La Balada de la cárcel de Reading son dos textos memorables. La cara y la cruz de lo mismo, una condena, en prosa y en verso. El personaje de la Balada para mí es el propio Wilde condenado...

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  2. Hasta esta mañana no he leído tu entrada -suelo leerlas todas las mañanas - y entonces no he podido responder porque me tenía que ir. Gracias Eduardo por publicar mi opinión sobre Óscar Wilde en tu blog, gracias por tener tan en cuenta mi comentario. Nadie se libra de los prejuicios ni de los juicios apresurados, el único antídoto para ello es el conocimiento directo de algo o de alguien. Un beso muy fuerte desde Tarragona.

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